La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina
Trepidante. Ingenioso, inteligente, un clásico de la novela criminal. Sus personajes son absolutamente inolvidables. Larsson no da tregua. La sociedad que vemos en sus páginas es como un prisma con múltiples caras e infinidad de colores. Todo está lleno de luces y sombras pero también de claroscuros y de matices.
Stieg Larsson tiene una vida digna de cualquier de sus novelas. Hijo de una pareja de jóvenes (casi adolescentes) de escasos recursos económicos vivió con sus abuelos en el campo hasta la muerte de su abuelo (que aconteció a los cincuenta años de edad). Se fue entonces a vivir con sus padres hasta que murió su madre (algo que también le ocurrió a los cincuenta años).
Stieg se convirtió en perodista y se especializó en bandas con ideología de extrema derecha, hasta convetirse en un auténtico experto en la materia. Pasaron los años y con 47 decidió escribir novela negra. Creó así la trilogía «Millenium», veloz y febrilmente, hasta que tres años y 1.500 páginas después, la llevó a su editor. A los pocos días moriría fulminado por un ataque al corazón (por supuesto a los cincuenta años de edad) sin ver cómo su trilogía se convertía en uno de los mayores fenómenos editoriales de los últimos años.
En «La chica…» volvemos a seguir las peripecias de Salander y Blomkvist y su relación virtual enmarcadas, por supuesto, en el mundo de la violencia contra las mujeres, un tema con el que se sentía especialmente sensibilizado.
Uno de los aspectos que más llama la atención en la caracterización de sus personajes, es precisamente la libertad sexual que defiende (especialmente en el caso de sus protagonistas femeninas). Y no lo digo porque ambas tengan relaciones digamos que «especiales» sino porque realmente en muchas de las páginas del libro hace alusión al machismo latente en casi todos los personajes masculinos del libro que reaccionan unas veces con censura, otras con crítica y otras con violencia manifiesta ante la sexualidad de las protagonistas femeninas.
Y la caracterización de los personajes es precisamente de lo mejor que tiene el libro. Como Larsson dijo en alguna ocasión, Lisbeth Salander sería Pipi Calzaslargas pero con algunos años más y Blomkvist encarna al idealista y vocacional periodista que mantiene intactos los valores que siempre han tenido estos personajes a lo largo de la historia de la literatura (valentía, sinceridad, honestidad, independencia, inteligencia…) unidos a los nuevos que ahora ostentan muchos hombres y que demandan gran cantidad de mujeres (comprensión, empatía, feminismo e igualdad).